El cuerpo se desarticulaba. Los cartílagos del cuello se licuaron y ya no toleraban el peso del cráneo. Entre cerrados los ojos, de a ratos chusmeaban el mundo exterior.
Veía el invierno cerca, queriéndolo abrazar. Se arropó bien o al menos, lo mejor que pudo: Bufanda al cuello, un gorro de lana en las pelotas. Metió los guantes en las botamangas del pantalón… Usó un pullover grueso para el tronco.
Pero no daba a basto. La carne continuaba enfriándose y la angustia… terminó por cansarlo. Si. Estaba completamente vencido.
Así fue como las palabras lo ahogaron en ese nevado sueño; palabras sordas como «el peso del costo», «tarifas»… Un castigo inentendible.
Desconcertante, pero ¡odo! transmite…
(NB: tengo que probar eso del gorro de lana en las pelotas)
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Estimado V.J, muchas gracias por su comentario.
Le recomiendo probarlo cuando tenga frío y lo obliguen o «involuntariamente deba» (siendo más románticos y quitándonos el peso de las obligaciones de encima) a mantenerse quieto. Es una práctica útil al menos entre los colonizables; que hemos aprendido a mantener bien cuidadas las partes, consideradas, de vez en vez, más importantes de nuestro cuerpo.
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Sí, de vez en vez, tienen sus quince minutos de gloria, que diría McLuhan.
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